En la Plaza de la Catedral en la ciudad de Santa Marta, donde observamos el edificio donde otrora funcionó la alcaldía y posteriormente el Concejo de la ciudad. El suscrito, quien escribe la nota ha permanecido en su ciudad, Santa Marta, una gran parte de su vida, aproximadamente el 80 % de sus días hasta la presente en Santa Marta y no se había percatado de la cúpula que asoma en esa edificación de arquitectura republicana y que en su cúspide aflora una veleta de viento.
Intentamos con este escrito señalar que los samarios no observamos con detenimiento la belleza de nuestra ciudad; en el centro histórico las construcciones de arquitectura colonial algunas y muchas de tipo republicana son de un gran valor histórico; las bahías y ensenadas de fulgurante belleza, la majestuosidad de la Sierra Nevada de Santa Marta. En fin, nosotros los samarios “miramos, pero no vemos”. Amar es admirar, eminentemente admirar y amar a Santa Marta implicará necesariamente deslumbrarnos y enorgullecernos de la inconmensurable belleza de la Ciudad más antigua de Sudamérica.
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